martes, 30 de noviembre de 2010

De fracasos y antologías



P. ¿Sigue leyendo poesía, Castellet? ¿Qué le da?

R. Ahora releo. Me ha dado mucho. Me ha dado la posibilidad de encontrarme con alguna estrofa que te golpea de lleno. Esto me lo sigue dando. Ahora estoy con relecturas de gente de mi generación: Ángel González, Pepe Valente... Creo que me equivoqué cuando hice mi antología, con aquel prólogo tan dogmático...

P. ¿Muchos arrepentimientos?

R. No, porque he estado desbordado por las circunstancias. Y esto no es para quitarme culpabilidad o responsabilidad. Lo cierto es que no me he sentido un hombre libre hasta hace unos años... Creo que no reproduciría nunca un prólogo como el que hice a Veinte años de poesía española... No era libre porque en aquella situación pensaba que había que preconizar un pensamiento de socialrealismo, y eso no surgía espontáneamente, sino que venía presionado porque era anticapitalista, antifascista y antifranquista, y, claro, produciéndose así te quitaba libertad.

(...)

"... en efecto, toda vida es al fin fracaso, y aunque todos fueron seductores, todas sus vidas terminaron en fracaso."

Josep Maria Castellet, Premio Nacional de las Letras
, El País, 28.11.2010



y lento es lo que quiero transmitir
lento es arrastrar despacio

pérdida de tiempo, encallarse

un instante a trompicones
y arrastrarse

como aquel susurro que se eternizaba

lunes, 29 de noviembre de 2010

Un lúdico andar a ciegas - homenaje a José Hierro


Para empezar las publicaciones, le doy la voz a José Hierro.



Así, en cuatro días,

en ocho sesiones
(lamento que alguna se cortara antes del final)

y en unas risas,

pensamos en

y sobre
el acto poético....


La crónica de la prensa de entonces:

Es un veterano en La Magdalena. Viene desde que su padre, telegrafista, eligió la plaza de Santander porque de allí era su mujer. El poeta nació en Madrid (“algo de otro mundo, porque en Madrid no ha nacido nadie”), pero desde los dos años se mantiene fiel a sus citas con esta ciudad cántabra, donde nacieron tres de sus cuatro hijos. Siempre ha tenido aquí un “pisito” y en los últimos años alquila uno con ascensor porque tiene menos fuelle y no anda muy bien de la “pulmonería”. A sus 78 años sus bronquios necesitan la ayuda del oxígeno y ha dejado de fumar. Pero no por prescripción médica (siempre la ha tenido encima), sino porque ha perdido las ganas. “Pero fíjese, he oído en la radio, porque yo soy un consumidor de radio, que lo primero que ha preguntado Carrillo en el hospital ha sido cuándo podía fumarse un cigarrillo”.
Puntual y, como siempre, irónico, Hierro acudía ayer, tras tomarse en el bar una copita de anís con agua, al taller de creación literaria Un lúcido andar a ciegas que imparte esta semana en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Le esperaban 72 alumnos devotos, todos los que caben en la sala de Caballerizas. “Quiero advertir que la literatura no se enseña, aquí nadie va a aprender nada, aquí se viene a dudar. Imagínense un curso para ligar, ¡hay que echarle narices!, exclama el autor de Cuaderno de Nueva York, al tiempo que arranca las primeras risas de la audiencia.

Le escuchan desde estudiantes de filología que llevan en la mano su libro Quinta del 42 hasta un marino mercante jubilado de 70 años. Todos han pagado 17.000 pesetas por tres días con el poeta, que repasa la poesía española de la primera mitad del siglo. Un tronco que arranca a finales del XIX con Rubén Darío, cuando el modernismo rompe con el “realismo barato de Campoamor y devuelve a la palabra su prestigio”; con otro modernista “converso”, Antonio Machado; “la oposición”: Unamuno; Juan Ramón Jiménez; la generación del 27. “Y nosotros, los alevines, que escribíamos en los años cuarenta porque lo necesitábamos, por la dura experiencia de después de la guerra”. Un alumno le espeta que sus poemas son difíciles, que si puede leer uno y analizarlo. “Es una ordinariez que uno hable de lo suyo”, considera. Y define su poesía como “muy sobria”, elaborada con la menor cantidad posible de adjetivos prescindibles: “Lo que no añade, mata”.
Una metáfora le ayuda a explicar su particular proceso de elaboración poética: “Es como ir a una ciudad. Lo primero que hago es ir al mercado y si es marítimo contemplo los pescados. Si veo un pez que me gusta me lo llevo. No tengo hambre y lo meto en el congelador; pero un día cuando tengo hambre lo saco. Eso es la inspiración: la siento porque tengo hambre y quiero comer y tengo un producto congelado que he sacado de la vida. Después viene la forma, a través de un ritmo que ya has intuido antes, porque tanto la forma como el fondo se perciben desde el principio”.

El poeta recita entonces un verso de su primera obra, Tierra sin nosotros, mientras una librera de Cuenca saca discretamente su grabadora.

Aquí, todas las sesiones de la Magdalena:

José Hierro: Un lúcido andar a ciegas - Taller de poesía

In Memoriam